martes, 26 de agosto de 2014

Distopía


Nuestro joven pino todavía no se ha desecho del pericarpio y hoy se aprecia como una nueva hoja acicular se abre paso a través de esa pielecita marrón. Sigue creciendo. Sigue avanzando, como año tras año la ciencia médica avanza. Por ejemplo, hace unos meses nos enterábamos por los medios de comunicación, que gustan nutrirse de este tipo de noticias, de que en el Instituto de Biocencias Moleculares de la Universidad de Queensland habían conseguido formar un pequeño riñón a partir de células madre en su laboratorio. Ante este avance y otros similares, que no olvidemos son fruto de investigaciones que cada vez necesitan de más y más recursos, me surgen preguntas de naturaleza ética. Pareciera que, al igual que ocurre en casos como la nueva vacuna contra la hepatitis c, los avances médicos en un futuro solo estarán disponibles para aquellos países y personas con los recursos económicos suficientes para afrontar los grandes costes de la salud. Mientras algunas políticas se dan prisa en desmantelar los sistemas públicos de salud, sin evidencia alguna de menores costes a largo y medio plazo en la gestión de la salud, el acceso a la salud pública se dificulta para algunos segmentos de la población, a la vez que a aquellos que pueden contribuir a la Seguridad Social se les anima a contratar seguros privados de salud. Una visión distópica, en la que solo algunos tienen acceso a los tratamientos de última generación, representada en películas como Elysium, es una realidad cuando hablamos de países pobres o poblaciones de inmigrantes sin papeles.

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